jueves, 3 de marzo de 2016
Entre risas y pájaros, el sueño donde te busqué y te encontré
Otra vez la casa grande y laberíntica y otra vez los deseos de encontrarte. Pero esta vez la gente sí sabía lo que quería; al menos las figuras de autoridad. Atravesé el umbral en forma de arco. Veo una sala de estar grande, concurrida, ruidosa, llena de color y sabor, como un sancocho hirviente con todos sus ingredientes. Una mujer se acerca a un grupo de hombres que beben a lo grande. Estos parecen estar clavados a los muebles de madera o mimbre, como si fueran piedras para machacar carne en una mesa de cocina. La joven ofrece pasapalos. Los hombres los toman indiferentes, sin mirarla, casi no existe. Comen y beben. Imagino que llevan tres días así. Beben, eructan, ríen, gritan, vuelven a beber, comen, eructan. Da la impresión que quieren morir tragando. Hay abundancia pero no se entiende. Hay despilfarro, desorden, bochinche. Carcajadas, niños corriendo, gatos y perros y pájaros de colores guindados en jaulas aquí y allá. El calido humo de la carne asada atraviesa la estancia y yo me paseo de un lado a otro esquivando infantes revoltosos y animales zalameros. Parezco flotar. Me doy cuenta que llevo puesta una especie de túnica blanca o gris, y que soy una especie de científico, pensador o sabio. Soy Galileo, pregúntame por qué. Al entrar en un nuevo salón y pasear la mirada, ávida y cazadora, buscándola, siento que se acaba de ir y que me la están ocultando. Corrí varias cortinas. Atravesé varios corredores. Niños me ven y ríen. Vengo del pasado o soy un recuerdo del futuro. Sigo resteado. Mi ánimo es más filosófico, contemplativo. He guardado la garra y vengo en son de hablar. En el principio fue el verbo. Al fondo, un hombre lleva en su pene un vaso de ron de caña que ofrece a una dulce joven de ojos imposibles, como de cómic japonés. Entre el bullicio, donde nadie parecía advertir mi presencia tranquila pero desesperada, aparece una vieja y me ve. Tiene cien años al menos. Lleva un vestido variopinto y desgastado. Su gesto es perentorio y grave. Sabe por qué estoy allí y me hace señas para que entre con ella en una habitación anexa a la casa. Se trata de un lavandero o cuarto de servicio. Pudo ser también un depósito o taller de cartomancia y orfebrería. Inapelable, me dice que me quite la túnica, si es que quiero ir tras ella. Mientras me la quito sin pensar; mientras me despojo de ella, porque no sabía que la llevaba, la vieja la escruta con sus ojos aguarapados; pero también con las manos. La señora me hace entender. De ahora en adelante, pregúntame por qué, si podré perseguirla. Levanta un brazo y señala el derrotero. Volteo y la veo caminar. Como sabe que la vi, que estoy preparado pero confuso, hace una pausa, voltea, se pone una mano en la cintura y me sonríe. Empiezo a caminar, me siento desnudo, detenido en mi marcha. Saboteos. Rito farsesco. Sigo siendo yo. Huye si quieres. Puedo con esto y más. Sobrevuelo tu dolor. Mi caminar se hace lento, voy contracorriente. Quiero alcanzarte. Llevarte un vaso de ron a la cama. Desperté y supe que había estado por las tierras de tus ancestros, en las antiguas fiestas, donde la memoria que eres dio sus primeros pasos.
Lo que viene...
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