sábado, 16 de julio de 2016

Episodio Antonieta: Bocanada en medio de la historia de la cumbiera intelectual*

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Durante las clases de dramaturgia en la Universidad de las Artes las mañanas eran episodios claros, momentos lúcidos. Celebrábamos el fin de la primera etapa de taller, que había transcurrido felizmente entre Tenesse Williams y César Rengifo. Unos estudiantes habían preparado un pasticho para todos. Había bebidas, pasta seca y buen humor. La luz blanca entraba por los grandes ventanales y un grupo compacto de quince personas de diversa edad conversaba en tonos elegantes. Miradas cansadas, soñolientas, gestos de esperanza y yo, algo aburrido y con ganas de escribir; con la sensación de que esto no se podía acabar, y que éramos una amenaza para el sistema de esclavitud moderna por no estar cumpliendo un horario. En realidad, no quería salir de la biblioteca. Síndrome del Ángel Exterminador. Los flujos del tiempo, en ese amable cónclave de palabras precisas, ofrecían al mundo la respuesta al enigma del hombre en libertad.

De repente, escuché mi nombre. ¡Vincent! Voltee hacia le lugar de donde salió al llamado, pero no hubo confirmación, contacto visual. Un hombre de cabellos largos y grises aplastados bajo un sombrero café me había abordado preguntándome, con una ironía que era una forma de adulación, si yo era periodista. “¡Vincent, tráelo para acá, por favor!”, volví a escuchar. Había otro Vincent en el grupo. Era el joven acompañante de la chica que me parecía lo interesante del grupo. A ella le interesaba el cine, no le temía a las preguntas y sus labios, sí, me gustaban sus labios. Un día, en medio del ritual del café, intercambiamos datos, conectamos. Interés por las letras, pasión por el canto. El otro Vincent era un niño para esa hembra, pensé. Llevaban tiempo juntos. El chamo tocaba el bajo y ella cantaba. Les propuse poner las cuerdas de la guitarra y ya teníamos una banda en ciernes. Nos despedimos. Ella se alejó contoneando sus caderas bajo su falda, que era ligera y larga. Era temprano para hacerle el amor en un parque o bajo alguna sombra, pero supe que ella era de las que entrompan y aprietan.

Antonieta, desde el primer día, se escribió como personaje. Su mente se me revelaba como la lucha tremenda de una luz parpadeante en medio de una noche que había durado demasiado. En su mirada había un resabio, la presencia áspera de una vieja serpiente que le gustaba erguirse en los meandros de nuestra ciudad, paradisíaca y puta. Llevaba el nombre de Gina y los labios de Karenia, y aunque me inquietaba más lo primero que lo segundo, era una razón para ensayar la vieja prudencia. Pero su boca, y sus besos... No pude negarme. Entre el estira y encoge de la cumbiera intelectual, en esos intersticios de tiempo infinitos, hubo una historia, los episodios de alguien que supo escribirse en algunas páginas que expresaré con aproximada intensidad.

*Inicio de uno de los capítulos de la novela que viene...

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