jueves, 21 de enero de 2016

Embriagados en el espíritu de la seductora ciudad de la furia

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Desde la primera noche que pasan en un hotel del centro de la ciudad, ambos se dan cuenta que durante su estadía en Buenos Aires llevarían hasta el exceso los deseos de gozar, movidos por una sensación de adolescente libertad, en una ruptura temporal con las obligaciones laborales y la red de relaciones y expectativas de su país de origen. Gina y Vincent se entregan a la ciudad y al sexo como nunca, inspirados por estar en la tierra de sus íconos musicales y literarios, y viven un idilio inusitado que por momentos enseña el rostro de los muros insalvables que no lograrían superar como pareja. A lo largo de esos días se suceden episodios que van de lo estético a lo político, de lo erótico a lo esotérico, en un itinerario en el que ambos caen embriagados del espíritu de la seductora urbe.

Buenos Aires se ve, al decir de Cerati el entrañable, tan susceptible. Y nosotros, entregados a ella desde la distancia, no somos menos caraqueños ―o madrileños o habaneros― por eso, ni ella deja de ser la jeva, ¿o mina? que siempre nos alienta a tirarnos el lance. Así, los viajeros recalan en la ciudad del Bajo dispuestos a dejar su impronta, antes de partir en vuelo definitivo, en medio de una alucinación, para instalarse de nuevo en el valle furioso, con la sensación de final de cuento, de un ciclo ya cerrado, aunque con una sonrisa en los labios y una lengua que los acaricia.

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